El envejecimiento de la población crece a un ritmo acelerado a nivel mundial. Además de una población envejecida, puede observarse un “envejecimiento del envejecimiento”; es decir, de aquellos mayores que pasan los 80 años e incluso llegan a los 100.
Gracias a los avances técnico- sanitarios y a los cambios en los hábitos nutricionales así como en las condiciones de vida, el envejecimiento resulta ser un éxito en las sociedades desarrolladas. Un buen indicador para expresar el estado de salud de la población es la esperanza de vida al nacer, un indicador que ha mejorado notablemente en las últimas décadas. Un claro ejemplo lo podemos ver en España, que se configura como uno de los países con mayor expresión de este parámetro. Así, mientras que a principios del siglo XX la esperanza de vida al nacer en nuestro país se situaba en 34.76 años, en el año 2010, aumentó notablemente en 78 años para los hombres y 84.4 años para las mujeres.
Pero restar años a la muerte para sumárselos a la vida también implica pagar un “peaje”. Esto en muchos casos, se traduce en discapacidad y/o dependencia. Si bien es cierto que el envejecimiento no es sinónimo de enfermedad, no es menos cierto que la relación entre envejecimiento y dependencia es por el momento cuasi-causal. Con la vejez aumentan las enfermedades de tipo crónico y degenerativo. Entre estas patologías se encuentra la demencia, que presenta la mayor tasa de prevalencia entre la población más mayor.
La demencia es una enfermedad adquirida, crónica, progresiva y sin curación. Actualmente, la demencia se presenta como un reto para el enfermo, su familia, para los profesionales que les atienden, así como para la sociedad en general. Todo ello se expresa gráficamente en la imagen.
(Gráfico Cáceres y Mateos, 2010)
Por un lado, la persona que representa demencia habrá de convivir con la enfermedad crónica de por vida. Además, al ser una dolencia progresiva y neurodegenerativa presentará una serie de demandas a las que la persona que padece la enfermedad no podrá responder solo. Por tal motivo, la persona con demencia dependerá de la familia como principal proveedor de cuidados. Por otro lado, la variedad y cantidad de demandas a largo plazo que exigirá la demencia, hará que las instituciones formen parte esencial en el transcurso de la enfermedad.
Todo este completo ha de ser analizado de modo interaccional enmarcado dentro de una sociedad y una cultura que va dando significado a la enfermedad. A la vez, el sentido que da la sociedad a la demencia influirá en la forma en la que las instituciones prestan servicios, la familia vive tener a uno de sus miembros con demencia y la persona con demencia experimentará su dolencia sobre todo al inicio.
Entre las conclusiones definidas en este artículo, se resalta la complejidad de la Intervención Social, ya que requiere un carácter interdisciplinar desde un enfoque biopsicosocial con la finalidad de mejorar la calidad de vida de las personas con demencia y sus familias; ya que los diagnósticos al igual que las necesidades son evolutivos, y se modifican en función de la evolución de la enfermedad y la interrelación y mutua influencia persona-familia-sociedad.
Esta entrada es un extracto del artículo “Realidades psicosociales en las familias de personas con demencia”, de Rebeca Cáceres Alfonso y Ana Mateos González, publicado en el número 7 de la revista Actas de Coordinación Sociosanitaria. Puede acceder aquí al sumario y la descarga de la revista.