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Del modelo médico a la pasarela: mujeres, discapacidad e imaginarios sociales

Contextualizar la situación de las mujeres con discapacidad implica, entre otras cosas, iniciar un diálogo entre el movimiento social de la discapacidad y el movimiento feminista. Ambos comparten rasgos que los identifican en su historia, construcciones de sus sujetos políticos y reivindicaciones. Sin embargo, muy pocas veces se reconocen entre ellos y, en contadas ocasiones, dialogan. Estos dos movimientos sociales han pasado de un primer momento histórico, en el que reivindicaban los derechos de ciudadanía, hasta la actualidad en el que están transitando hacia reivindicaciones culturales. Pese a compartir momentos históricos, el feminismo ha hecho este tránsito en 200 años y el movimiento social de la discapacidad en 50. 

Al igual que ocurría con la justificación religiosa de la discapacidad, la dominación de las mujeres, durante mucho tiempo, estuvo justificada por la tradición patriarcal. El patriarcado se define como la hegemonía masculina basada en “un conjunto de relaciones sociales entre los hombres que tienen una base material y que son jerárquicas y establecen o crean una independencia y solidaridad entre los hombres que les permite dominar a las mujeres” (Heidi Hartmann 1992); además utiliza la violencia represiva para restituir cualquier desviación del pacto patriarcal. Por tanto, el recorrido de ambos movimientos tiene puntos de encuentro, pues apuntan a que ninguna diferencia biológica entre hombres-mujeres y personas con discapacidad o sin discapacidad, explica las desigualdades sociales. 

Los medios de comunicación, incluidos los digitales, tienen un fuerte impacto en la generación de imaginarios colectivos e incluso categorizaciones sociales sobre la discapacidad. Pese a la existencia de diversas herramientas en materia de medios de comunicación y discapacidad, que principalmente persiguen una aproximación ética, respetuosa y realista a la discapacidad, aún son muchos los estereotipos que perviven cuando en las pantallas de cualquier tipo de dispositivo aparecen personas con discapacidades, y más aún cuando lo hacen mujeres. 

Por un lado, cada vez son más frecuentes noticias, tanto en España como en Latinoamérica, sobre concursos de belleza de mujeres con diferentes discapacidades. En los textos de estas informaciones se emplean términos como “inclusión”, “empoderamiento” o “diversidad”, enfatizando que este tipo de concursos constituyen una nueva herramienta para la consecución de estas mujeres de una igualdad más real y efectiva. Bajo un análisis interseccional en que se consideren como ejes principales las cuestiones de género y discapacidad, son muchas las dudas que nos surgen. Por un lado, los concursos de belleza, tanto específicos para mujeres con discapacidades como los “inclusivos” en los que participan junto a otras mujeres sin discapacidad, replican en su totalidad las lógicas y dinámicas patriarcales de cualquier otro concurso de belleza. 

Por otra parte, no deja de ser curioso que, por más que se afirme buscar la equiparación de las mujeres con discapacidad con sus semejantes sin discapacidad en estos concursos, las noticias ponen el punto central de la atención en la situación de discapacidad. Esta perspectiva se ajusta a lo que Stella Young (2014) denominó “porno inspiracional” para explicar cómo la participación en actividades ordinarias se entiende como algo excepcional y motivo de inspiración de la población normotípica. Se pone, por tanto, el foco en la discapacidad de la mujer como el atributo a considerar y no en la calidad de su modelaje. 

La participación del modelo médico en la definición de la discapacidad, lejos de haberse superado, puede tener un peso aún protagonista en nuestros días. Así, desde el ámbito médico, el cuerpo entendido como sano, normativo, ha distribuido a la población en un continuo según su cercanía con este, empujando a quienes se alejan de la imagen de normatividad a someterse a todo tipo de adaptaciones, intervenciones y rehabilitaciones que facilitaran su ajuste a una imagen y funcionamiento entendido como normal; también desde el ámbito productivo. 

Robert McRuer (2020) explica que, al igual que la heterosexualidad se entiende como el estado natural del ser humano, lo es también la normatividad funcional. Así, expone que la performatividad de la capacidad genera la identidad de la capacidad corporal obligatoria y nos invita a reflexionar sobre “cuántas instituciones en nuestra cultura actúan como escaparates de performances de la capacidad”, apuntando a que, como en el caso de la heterosexualidad, “esta repetición está destinada al fracaso, ya que la identidad corporal idealmente capacitada nunca puede lograrse de una vez y para siempre”. 

Por tanto, la presencia del cuerpo de modelos con síndrome de Down o usuarias de sillas de ruedas en desfiles de moda nos sitúa en una incómoda paradoja: por un lado, entendiendo la irrupción como un acto revolucionario del cuerpo no normativo de la mujer con discapacidad en un espacio del que se la ha expulsado desde planteamientos médico-capacitistas. Por otro, desde la participación, a través de su presencia en la reproducción de estereotipos de género, en los que puede sentirse tan cómoda o más que cualquiera de las mujeres normativas que los han ocupado tradicionalmente.

Esta entrada es un extracto del artículo “Del modelo médico a la pasarela: mujeres, discapacidad e imaginarios sociales”, de Eva Moral Cabrero, Mónica Otaola Barranquero y Mª de las Mercedes Serrato Calero, publicado en el número 28 de la revista Actas de Coordinación Sociosanitaria.