Naturalidad e interés genuino, el camino a la inclusión.
La inclusión remite, entre otras muchas cosas, a la participación en la sociedad desde nuestro ser personal, particular e irrepetible. Como la vida, que en muchas ocasiones no resulta sencilla, la inclusión es difícil de conseguir cuando no tenemos una mirada abierta y una disposición necesaria para hacer algo que parece tan sencillo que igual les provoca a ustedes un cómico estupor: ser naturales. Piénsenlo por un momento cuando vayan a terminar hoy su día. Al apagar la luz y cerrar los ojos para arribar al merecido puerto del descanso, tras veinticuatro horas de navegación vital por el planeta Tierra –más o menos trazadas en sus cartas de navegación–, ¿cuántas veces pueden recordar que se comportaron con absoluta naturalidad al tratar con otras personas? La inclusión genuina creo que va un poco de eso, de tratar a las personas con naturalidad. Sin embargo, ¿cómo podemos hacerlo sin interesarnos antes por ellas, sin querer conocerlas? A continuación, les comentaré un truco que puede funcionar: abrirse. Abrirse siempre.
Llevaré unos 23 años trabajando como docente en la especialidad de Pedagogía Terapéutica en distintos centros educativos andaluces. Además de desempeñar ese rol, también he sido maestro de primaria, en el primer ciclo de secundaria, en centros amables, en centros difíciles… He impartido clases a adultos y mayores. He formado a docentes, de cerca y de lejos, aunque pretendiendo siempre estar a su lado. Porque creo que siempre hay que tratar de estar próximos. Luego ya la vida, si quiere –porque la vida hace sus planes–, desencadenará las distancias.
En todo este tiempo, nunca he estado solo. En todos estos años, no sólo he aprendido teoría y práctica educativa, sino que también he tenido la oportunidad de aprender acerca del mundo, de las personas y de mí mismo. Por ejemplo, descubrí con 27 años cumplidos que era hipoacúsico desde hacía muchos años. Tengo familia en diferentes grados que se dedica a la docencia, en distintos niveles; a la atención a la diversidad funcional, a la integración social... Y tengo que insistir en el matiz del argumento: la mayoría de las cosas que he aprendido hasta el momento no las he podido iluminar solo. Siempre he necesitado a alguien cerca, o en la distancia, para poder tener más luz.
Incluir es ser natural
A veces tendemos a dejarnos llevar por la tentación o la emoción visceral de pensar que incluir consiste simplemente en dar facilidades para el avance a las personas que encuentran barreras de manera cotidiana en el desarrollo de sus vidas. Estas ayudas pueden adquirir muy diversas formas, tantas como obstáculos podamos encontrar en el camino. Pero quedarnos sólo con esa parte de la fotografía nos aparta de la visión necesaria para apreciar a las personas, para reconocerlas y aceptarlas como son, para poder ser naturales con ellas. Trabajar en la eliminación de las barreras es muy necesario, qué duda cabe; tanto como no conformarnos con un paisaje perfecto y accesible en el que acaben por no aparecer las personas.
Lo diferente o lo desconocido, al inicio, siempre se nos hace extraño. Cuando aprendemos más, la extrañeza va dejando paso al conocimiento y la tranquilidad, a la comprensión y la cercanía. Pensando en las personas —en cualquier clase de personas— cuando recorremos este camino, entonces podemos empezar a hablar de naturalidad y de inclusión. La inclusión debería ser un reconocimiento mutuo, y vamos a tener la oportunidad de alcanzarlo todos los días de nuestra vida. Porque la vida es un continuo de actos, relaciones personales, aprendizajes y cambios que, en ocasiones, son inesperados.
Todos seremos dependientes y discapacitados alguna vez en la vida
Las personas, en realidad, nos parecemos mucho. Por ejemplo, seguramente ustedes y yo queremos tener una vida larga, sana y plena. Y sabemos que en la vida todo va siempre bien, hasta que un día empieza a ir mal. Es por eso que tratamos de aprender, disfrutamos con mesura, hacemos deporte, nos alimentamos bien, nos cuidamos… Quizás porque intuimos que algún día –en condiciones normales bastará el simple paso del tiempo– nuestra vida dejará de ser tan cómoda como ha venido siendo hasta el momento presente.
Un buen día nos daremos cuenta de que hemos perdido independencia, por una amplia gama de razones. Un buen día necesitaremos ayuda para hacer cosas que antes éramos más que capaces de hacer solos. Un buen día, el mundo dejará de ser ese lugar previsible y muelle que era. En ese momento, es probable que emerjan ante nosotros muchas de esas barreras que antes no considerábamos; y nos reconoceremos por fuerza en todos aquellos que lidian o lidiaron con ellas y que muchas veces no contaron con nuestra ayuda y reconocimiento.
¿Y qué querríamos entonces para nosotros? ¿Querríamos que nos reconocieran como somos, o como éramos? ¿Querríamos que los demás se centrarán en nosotros o en las barreras? ¿Querríamos sentirnos incluidos? Hablando de nuevo de mí —recuerden que el truco es abrirse—, quisiera decirles que supongo que yo querría que me trataran con naturalidad. Nada más que eso haría que me sintiera incluido. Y quiero creer que a muchos de ustedes eso les haría sentir tan bien como a mí, y les daría fuerzas para seguir hacia delante en cualquier gris escenario futuro.
Puede que la vida, el azar, la educación y la inclusión funcionen como les comento. Puede que no. Mientras tanto, creo que elegir relacionarnos con naturalidad nos acerca más al aprendizaje y a la inclusión; a las personas y a la vida.
Luis López-Cano Aguado
Maestro de Pedagogía Terapéutica
CEIP Severo Ochoa (Málaga)