Cuando llegan épocas vacacionales, Navidades, Semana Santa y las más largas de todas…las vacaciones de verano, muchas familias con hijos, dejan a los niños al cuidado de los abuelos. Bien sea en la ciudad o en el pueblo, los abuelos y los nietos tienen la oportunidad de pasar un valioso tiempo juntos y crear vínculos que permanecerán en los recuerdos de niños y mayores cuando se separen. Pero no nos olvidemos, los niños crecen, y los mayores, envejecen y su capacidad de correr, de atender, de aguantar y cuidar a los nietos, se va mermando.
¿Qué ocurre, cuando el cuidador pasa a ser el que tiene que ser cuidado? ¿Cómo gestionamos este momento inevitable?
Ese es el caso de Manuel, un maravilloso padre y abuelo residente en un pueblo de Castilla y León. Hasta ahora, durante las vacaciones escolares se ha quedado a cargo de todos sus nietos, principalmente en verano que es cuando tienen más vacaciones y sus padres tienen que trabajar…desayunos, comidas, paseos, ropa, jugar en la plaza hasta la noche agotan a cualquiera.
Por primera vez, este año siente que no está preparado para llevar el ritmo que exigen sus nietos. La soledad durante el resto del año, junto a la situación que se ha vivido del COVID-19, ha hecho que sus salidas se hayan reducido por miedo a contagiarse, además del debilitado sistema sanitario que tiene en su zona.
Manuel “ha pegado un bajón”, su situación ha cambiado, el que requiere de cuidados y atenciones hoy, es él. El pasado año le ha pasado factura, asegura que “cuando somos mayores, cada año cuenta por dos. Pero este al menos ha sido por tres”. Manuel, ya viendo sus necesidades ha acudido a servicios sociales, para solicitar la ayuda a domicilio para al menos tener unas horas de apoyo en su hogar.
Ya era algo que también sus familiares estaban empezando a ver, le llamaban más dado que no viven cerca, pero ese incremento de atención no suplía las necesidades que él estaba detectando. Admitirlo le ha costado mucho, Manuel se ha resistido, su familia también, pero era necesario: “de este año, no puede pasar”- decía una de sus hijas.
Además, la familia ha tenido que realizar un proceso de duelo, de cambio de situación y paradigma. Explicar a los niños que esos veranos de diversión en el pueblo, se verán reducidos a cuando ellos tengan vacaciones porque el abuelo ya necesita ayuda ha sido una circunstancia con la que los hijos de Manuel han tenido que lidiar y para los niños está siendo muy difícil de aceptar, aunque hace meses que lo manejan, cuanto más se acerca la fecha, más les duele…
Valorar a nuestros mayores, es un gran trabajo que tenemos como sociedad. A veces, asumimos que el cuidado de nuestros hijos es parte de su proceso vital, que además les agrada y les da la oportunidad de tenerles cerca, como si fuera su obligación. Pero no nos equivoquemos, el trabajo de los abuelos es devoción pero sin olvidarnos de que hay que protegerles. Hay que estar atentos a sus necesidades también, empatizar con su situación y aliviar sus cargas también es su derecho y nuestra obligación. Nuestros mayores son los cimientos de la casa que estamos construyendo, llamémoslo vida.
Patricia Prieto
Trabajadora social
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