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Foto con una manos escribiendo en un portatil y las palabras inclusion

Inclusión de las personas con discapacidad en la sociedad.

Si se trata de aportar algo positivo y que ayude a la inclusión de las personas con discapacidad en la sociedad, yo empezaría por decirles a los ciudadanos que, algunos de ellos, tienen características diferentes.

Son distintos y para algunas cosas con menos capacidades que la media, pero para otras tan interesantes, útiles y aprovechables como el resto y no podemos, ni debemos, prescindir de un sector de la población de cerca de 4 millones de personas.  

Ni podemos, ni debemos, insisto, permitirnos el lujo de desaprovechar el potencial de este amplio sector de la sociedad.

Una parte considerable de la sociedad, quizá por desconocimiento, ante una persona con discapacidad da por hecho que su discapacidad les invalida en todos los ámbitos. Ante ello debemos hacer una labor didáctica. Para ello vuelvo a la frase que tan bien describe lo que pretendo transmitir: “nadie vale para todo y todos valen para algo”. Combatir ese desconocimiento de la discapacidad, tratar de acercarse a ella sin apriorismos.

Al efecto de desmitificar esa situación, que desgraciadamente todavía ocurre, yo puse mi granito de arena en ese sentido con la publicación de un libro, cuyo objetivo era ese. Lo titulé “Perdonen que no me levante” frase que utilizo con frecuencia cuando me presentan a una señora. Como se podrá inferir está escrito en tono de humor, pues soy de los que piensan que “se cogen más moscas con miel que con hiel”.

Me gustaría compartir una anécdota humorística de este libro, un chascarrillo, que ilustra cuán torpes podemos ser los humanos y cómo nos enfrentamos a la discapacidad desde una concepción de que es una característica que afecta a la persona en su totalidad.

Estábamos en una cafetería con una mujer que tenía enanismo, y hablábamos sobre cualquier cosa (porque las personas con discapacidad hablan sobre cualquier cosa). Entonces, se acercó una señora que estaba en la mesa de al lado que nos llevaba observando bastante tiempo y, cuando se dirigió a María, esta pequeña de tamaño pero gran mujer a la que me refiero, comenzó a vocalizar mucho y a hablarla muy despacio. María le espetó: “Señora, hábleme normal, que no soy extranjera”. 

Por supuesto, la desconocida hubiera dado una fortuna–estoy seguro– porque se hubiera abierto la tierra y la hubiese engullido, algo similar a cuando un amigo ciego, que iba acompañado de su perro guía, se dirigió a un viandante pidiéndole información de por dónde quedaba una calle. El viandante con gestos marcados y hablando despacio empezó a explicárselo... ¡al perro! 

Otra del mismo tenor que me acaeció en el aeropuerto de Barajas, a mediados de los años 90. Volvía de una feria de ayudas técnicas, celebrada en Düsseldorf, donde ya había acudido otros años. Este viaje lo hice solo.

A la vuelta, me perdieron la maleta en el trasiego. Acudí a un mostrador de la compañía aérea, de esos altísimos incluso para una persona que no va en silla. Me dirigí a la señorita que estaba allí arriba encaramada y le conté mi caso. Me pidió el billete para ver la referencia y, desde las alturas, empezó a darme instrucciones sobre qué debía hacer. Como ella misma era consciente de lo difícil que resultaba comunicarse en esas condiciones, optó por bajar, se colocó a mi lado, cogió el billete y –con voz pausada, vocalizando bien– me dijo: “le doy dos- te- lé- fo- nos-uno- es 900-23... de- lla- ma- da gra- tu-í –ta...don- de- us- ted- pu- e- de- llamar... Me quedé mirándola y la aclaré: “Señorita, solo me afecta a las piernas”.

Se pueden imaginar que se puso colorada como un tomate y se deshizo en disculpas. Hay quien asocia inexorablemente la paraplejía con la escasa sesera.

Toda discapacidad cuenta en su haber con un prolijo cúmulo de anécdotas algunas de ellas podrá usted leerlas en mi libro, que es de descarga gratuita, pero sobre todo advertirá en las páginas que le siguen que habrá sido usted el que, en más de una ocasión, tenía prejuicios conviviendo –de gratis– en su masa gris. 

Mándelos a paseo, porque hoy en día, por fortuna, mi lema, amigo (porque es lo que pretendo que me considere precisamente eso, un amigo) es: “Saca la silla de la cabeza y póntela bajo el culo”, ésta es la bandera ideológica de los más de tres millones y medio de españoles con discapacidad SOLO en alguna parte de su ser y con grandes capacidades en el resto. Merece la pena aprovecharlas.

Francisco Vañó Ferre
Ex-Diputado Nacional por Toledo tras 4 Legislaturas y tener el honor de haber sido el Primer DIPUTADO EN SILLA DE RUEDAS.
Autor de «Perdone que no me levante»
Libro disponible en PDF para descarga gratuita